Al pié de la moda.

Eran los últimos días del mes de Octubre, cuando se les ocurrió la idea nuevamente, y vinieron a insistirme para que aceptara.


Esta vez lo lograron y les dije que sí; siempre y cuando, no empezaran con exigencias, que ya sabían ellas no iba a concederles.

Llegó el momento. Sábado por la noche, las dos muy entusiasmadas tocan el timbre. Les abro, y lo primero que se les ocurre decirme es:

¡Ah nooo dale, vestite bien!

Con lo cual, lo único que estaban queriendo expresar era que me pusiera “pipí cucú”, que entrara en compossé con el ambiente de ese restaurante finolis, al que me iban a llevar por ser mi cumpleaños.

Tenían muy claro, el hecho de que lo que me estaban pidiendo era un fastidio para mí. Pretender que me maquillara, me pusiera tacos altos e intentara combinar mi ropa, se sentía casi como martillarme un dedo (me dieron ganas de putear.)

Claro que, al ver esos ojos de cachorro bajo la lluvia a los que les brillaban las pupilas esperando mi compasión, el cariño hizo lo suyo y arranqué con nada de ganas pa' el cuarto, complaciéndolas.

Me cambié de ropa y calzado así nomás a oscuras y con apuro.

Habíamos caminado tres cuadras hasta la parada del colectivo, y la molestia comenzaba a aparecer. Primero creí que sólo era fastidio, pero con el tiempo el dolor se volvió físico y fué a parar a mi pié derecho.

Esas cuatro horas de estadía en el tenedor libre (teniendo que ir y venir a buscar comida) aumentaron mi renguera.

Fuí sintiendo gradualmente, una pierna mas corta que la otra; y mi dedo meñique comenzó a rogar por una chancleta.

Creo que la alegría de haberme visto, "arreglada" como ellas querían, les impedía notar mi dificultad para desplazarme por el lugar.

Esperando el ómnibus para volver a mi hogar, a una de ellas se le ocurre mirar al piso; y decirme:

¿Tus botas son una de cada color? ¿O yo veo mal?

Veía bien la tipa; una era marrón y la otra negra, una terminaba en punta y la otra era redondeada.

_ Levantá un pié (dice mi otra amiga.)

La bota del pié derecho, tenía un taco fino de unos 5 centímetros de alto, la del izquierdo apenas dejaba ver un pequeño taco cuadrado, de no más de 2.

A sus miradas perplejas, se sumaron las de unos muchachos que estaban sentados en el umbral de un edificio, observando mi dilema.

Ya en casa, le describieron la aventura (que parecía terminada) a mi madre; quien luego de fruncir el seño, me pidió que me descalce.

La creme de la creme llegó, cuando al hacerlo, las tres lloraron de risa viendo que ese rastrero par de botas no era tal, ya que las dos correspondían a un mismo pié...

Mis queridos amigos, la próxima vez que piensen lanzarme una invitación al mundo del buen vestir, tomen en cuenta los efectos secundarios.