Delirio en verde

No pasaron mas de cinco segundos, desde que lo ví mover sus dedos nerviosamente


por primera vez, y tras ese instante de quietud, retomar casi mecánicamente su acción.

Si miro sólo lo que veo desde estos dos o tres metros que nos distancian, puedo concentrarme en la intensidad con la que resplandecen sus pupilas verdes, las cuales entran en suave armonía con el contorno casi publicitario de esa boca carnosa y de un color rojo-rosado.

Me mira, desvío mis ojos hacia la señora de vestido negro; cartera, y saco del mismo tono. Es obvio que no ha venido con él, pero aún así, hay algo en común entre ellos...

Sus edades distan en al menos veinte años, y aunque se ignoran mutuamente, con cada minuto transcurrido los veo unirse más y más, pero ellos no lo saben.

En cambio es indiscutible que él sí acompaña o viceversa, a esa mujer (también mayor para él) con la que ha ido compartiendo varias sonrisas cómplices ante algún evento momentáneo.

Por poco, y caigo en la trampa de creer que la claridad de esas seis primeras pupilas, puede llegar a ser el arengo entre ellos. Pero esto es sólo un espejismo creado por ese paralelo de verde que trazan al mirar y que es tan difícil de ignorar.

El conector es diferente entre los tres, pero su comunidad sigue intacta.

Manos de él, pié y brazo izquierdo por parte de la de cartera negra, sumados al dedo anular derecho de la que lo conoce y no necesita gritarlo.

Este cubículo en el que nos encontramos, hace que me remonte a aquel concierto de la orquesta filarmónica que tuve la suerte de presenciar, allá por 1998, gracias al par de entradas que gané en la promoción de aquel jabón en polvo que tanto le gustaba a mi abuelita.

El resto de los individuos que forman el semicírculo, alternan, yuxtaponen y combinan el ritmo de las distintas sacudidas de sus respectivos esqueletos; casi tan simbióticos como el instrumento y el músico.

El chasquido intermitente que emite el ventilador que cuelga justo frente a mí, parece estar marcando los compases, según los cuales esta sinfonía de cuerpos ha comenzado a sincronizarse.

Me pregunto si los "supuestos humanos nonatos" que flotan en los líquidos amnióticos, de las muchachas A, B, C, y D (quienes fueron apareciendo gradualmente) se encuentran conectados con los demás en esta producción de movimientos, que bien podrían ser calmados por varios litros de té de tilo, ya que las futuras parturientas tienen prohibido adentrarse al mundo de los fármacos.

Todavía faltan diez minutos para las seis de la tarde, y a estas alturas perdí la cuenta de los que se han seguido sumando y restando al temblequeo de extremidades, en algo menos de una hora desde mi llegada.

Es probable que aquel, ese que aprisioné en primer puesto con mi ojeada atrevida, ya no forme parte de esta pseudo orquesta, dado que se retiró de aquí hace tan sólo un rato, respirando profundo y clavando sus luces en la nota que recibió (esa que se hará esperar cuanto se le antoje porque sabe que es en su espera, que nos encontramos aquí, cada uno de nosotros.)

"Tabaquismo", "Ascensor fuera de servicio", cuatro ruedas de una silla que hoy nadie está montando, y una camilla emanando olor a alcohol y vómito, son el marco de nuestra sonata.

Diez, nueve, ocho, siete, seis, CINCO es el nuestro. Sólo por el momento será CONSULTORIO, pues luego de recibir cada quien su blanco palelito; volverá a ser un cinco cualquiera.

Acabo de notar que dije "nuestro" y me auto denominé una musicalizadora mas, aunque en mí no puedo lograr definir, cual de mis partes temblorosas está aportando mas acordes a la orquesta.

Porque en eso me convertí, no se si por lógica, imitación, ingravidez o simplemente por esa incertidumbre que nos arrastró hasta acá y nos puso a matar el tiempo en estas filas de asientos por demás incómodos, que colaboran en lo acérrimo de este anochecer que compartimos en esta waiting room, dil Humberto Primo Ospedale Italiano, haciéndonos rozar un infinito sonoro.