Simplemente

Quise borrar el número de tu celular. No pude, y entonces...

¡No encuentro mi cosito, pum! ¡Dónde esta ese cosito, pum!
¡Ay se salió el cosito, pum, pum, pum!

Claro que él cantaba con gracia, acompañando la letra con toques a tempo, de aquel tubo de metal que solía utilizar y alguna tarrina, que encontrara a su paso.
Si tenía destapar las cloacas, cargar una chata, o estibar con la destreza de un malabarista experimentado; lo hacía. Ponía en marcha su fuerte y delgado cuerpecito, desde las 7.00 de la mañana, hasta las 3:00 de la tarde sin parar; a no ser, que la hora del descanso lo interrumpiera merecidamente.
Lo de tener que trabajar así, casi al trote durante esas ocho horas elásticas, no le encantaba; al igual que a nosotros.
Sobre todo por tener que soportar al asistente todo el día jodiéndolo, por cada cosa que hacía o dejaba de hacer.
Pero, ¡Ayyy Margot! (Dijera Nico) él tenía muy claro cuándo aplicar justa venganza; haciendo esperar al Gordo eternamente, antes de cumplir el pedido.
¿Cómo?
Mandaba mano en un bolsillo, sacando lo que en alguna época fue un paquete de café de filtro, y desde adentro de éste, una lupa, su lupa; con la que procedía a leer el ticket que describía lo que tenía que traer.
Se tomaba todo su tiempo, era metódico en aplicar lentitud a la lectura. Decía (en voz alta y clara) 30 litros de jabón Dubai, 60 litros de cloro. Guardando luego con sumo cuidado la lupa. Todo esto delante de la mirada fogosa de odio e impotencia del Gordo antes mencionado.
Sabía responder con mucha calidad, al grito de "viejo putooo" de alguno de los compañeros, diciendo casi por reflejo, si si, ¡Culo rotooo! Y lo decía tan bien, que no sonaba a puteada. Admirado como pocos, por su especial habilidad de convertir un simple y corriente calzoncillo, en un espectáculo. En donde el calzón era el protagonista, volando y rebotando contra el techo del vestuario, con el objetivo de "orearse" como nos decía él.
Aunque lo callen, se sabe que mas de uno (tanto en público, como en secreto) supo caer rendido a sus pies, enamorado de aquella colita pelada y turgente (a sus sesenta años) de la cual tanto se hablaba.
"Mire mija... me decía. -Usted no deje que ninguno de éstos se le haga el vivo, éstos son pura boca, sobre todo el Jimmy, que lo que más quiere mija, es sentarse en mi nabo, eso quiere; pero no se anima pobrecito no le da el cuero para pedírmelo de frente... Ah y si quiere que se le pase el dolor de espalda, hágame caso y cuando se levante, tómese un vasito de grapa, va a ver qué fuerza agarra".
30 años de su vida, sumergido en esa máquina venenosa de perfume putrefacto, FRIPUR, esclavista si las hay; presenciando las situaciones mas injustas, ridículas e ingratas no pudieron quitarle a su mirada, ese candor de niño chico, en pleno desarrollo con voracidad por cosas nuevas.
Alcanzaba con sólo contar la historia nuevamente, para hacernos caer al piso carcajeando como locos.
Esa, sobre aquella vez; en la que se CONFUNDIO, llevando a su casa, a una chica de metro ochenta y cinco y de rostro un tanto áspero, y a la que sin intención creyó haber atravesado cruelmente, al encontrarse con la tremenda sorpresa de carne, que colgaba naturalmente del cuerpo de la muchacha y que además, era proporcionalmente correcta para su contextura.
!Ayy, Tico Tico ay, haceme mujer Tico!! nos contaba él que ella le gritaba, en aquella noche desenfrenada y de género equívoco.
Tan obvio como que el tiempo seguirá pasando, es el hecho de que allá en el sector Nº1, allá en “La descarga” ya no importa cuántos lleguen. Sino quién dejó ese espacio; yéndose como tanto le gustaba: montado en su moto, con la sierrita atada al cuello y en la cabeza, su gorra de cuero con tachas. Simplemente, Gualber.